Por María Paz Gálvez Pereira
Co-fundadora ONG Moviendo
Siempre me ha costado descansar, pienso que primero debo hacer todas las tareas para merecer un descanso. Pero eso nunca ocurre porque las responsabilidades no terminan, al contrario, solo se van sumando: informes, correcciones, orden, compras, limpieza. Al final, voy creando un ciclo de cansancio y descanso con culpa que jamás termina.
Sé que no soy la única que se siente así. Por mucho tiempo pensé que eso era lo normal, que es obvio que para descansar o hacer algo que disfruto tengo que haber ganado antes el premio haciendo un ticket en cada ítem de la lista de tareas. Pensé que no había otro camino en la adultez más que sentirse siempre cansada y de mal humor, que mi descanso era solo el fin de semana -si es que no había nada que hacer- y que en toda decisión debía priorizar el trabajo y mi carrera profesional, antes que mi bienestar físico y mental.
No fue hasta que comencé a trabajar con la ONG Moviendo en torno al derecho al ocio cuando empecé a analizar mis propios pensamientos y conductas al respecto, y también lo hicimos en grupo. Lo primero que saltó rápidamente a la vista es que estábamos planteando una idea a contracorriente. Cuando iniciamos, hace más de 6 años, recibíamos miradas extrañas cuando hablábamos del ocio como un derecho. Está aún muy presente en nuestro imaginario que el ocio es perjudicial e indeseable, “el ocio es el padre de todos los vicios” dice el saber popular. Esto no es casual, pues la idea que tenemos de ocio como opuesto al trabajo viene de nuestra herencia moderna occidental. De acuerdo con Joffre Dumazedier, un sociólogo del ocio, esta connotación surgió en la modernidad europea en los siglos XVIII-XIX como fruto de la revolución industrial: el ocio se contrapone al trabajo y corresponde a una liberación periódica de las labores al final del día, de la semana, del año y de la vida, cuando se alcanza la jubilación. Con esta oposición, y con la productividad como centro, se va configurando una cultura que valora el trabajo y la producción como la medida del éxito y, por ende, al ocio como negativo.
En cambio, en la ONG Moviendo entendemos el ocio como un espacio en el que desarrollar actividades libres, voluntarias y con un fin en sí mismas. Además, reconocemos sus beneficios físicos y psicológicos, a nivel individual y colectivo. Promovemos especialmente las instancias de ocio en encuentro con otros a través de la actividad física y la recreación, como un lugar donde, desde el disfrute, fortalecer los vínculos comunitarios y contribuir a construir una sociedad más humana.
Lo segundo que fue evidente cuando hicimos nuestro análisis es que no estábamos solos. A pesar de la extrañeza que generaba la idea del derecho al ocio, la gente se interesaba en lo que decíamos y se reconocía en la necesidad de tener una vida con espacio para el ocio, el descanso, y la felicidad, en definitiva. No nos llamó la atención, pues en Chile existen grandes desigualdades en el disfrute del ocio, por ejemplo, la situación de discapacidad, la segregación urbana y limitación de espacios públicos y la discriminación de género, entre otros, dificultan a las personas tener momentos de esparcimiento y disfrute. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo del INE (2015), las mujeres realizan el doble de labores no remuneradas y disfrutan la mitad del tiempo libre que los hombres, junto con esto, a menores ingresos, disminuyen las actividades de ocio y vida social. Otro dato: la Primera Encuesta de Desarrollo Humano en Niños del PNUD-Chile (2018), muestra que 4 de cada 10 niños sienten que no hacen lo suficiente las cosas que les gustan hacer, y el 19% declara que “nunca”, “casi nunca” o “algunas veces” tiene tiempo libre para hacer lo que le gusta. Esta misma medición señala que el 29% de las niñas encuestadas considera que pasa menos tiempo del que quisiera con su familia.
Esto no puede estar bien y se requieren cambios estructurales, por ejemplo, la incorporación del derecho al ocio en una nueva constitución, la disminución de la jornada laboral a 40 horas, el reconocimiento de las labores de cuidado, entre otras, son transformaciones necesarias para encaminarnos hacia una vida con mayor bienestar, una donde podamos trabajar, pero donde no se nos vaya la vida en ello.
Pero, también necesitamos un cambio en nuestra propia manera de entender el ocio y descanso, una perspectiva que no lo haga ver como un premio con condiciones, sino como una necesidad, como una oportunidad de autoconocimiento y desarrollo personal, como un espacio que permite dinamizar lo social y como un derecho en el que se requiere, por supuesto, igualdad e inclusión. Y esa lucha, que parece tan imposible, parte de alguna manera en nuestros espacios cotidianos, en las relaciones día a día, en el trabajo, en el hogar, en nuestras organizaciones. Para nosotros, fue paradójico que para poner en funcionamiento una organización dedicada a la promoción del derecho al ocio, tuvimos que sacrificar espacios de descanso y de vínculos personales: trabajamos por el ocio sin nosotros mismos tenerlo. Poco a poco fuimos aprendiendo y cambiando nuestra manera de organizarnos, nos propusimos metas realistas, amables y compatibles con nuestra vida. Si íbamos a hacer sostenible la organización, lo íbamos a hacer con esfuerzo, cabeza y corazón, pero no podría ser a costa de nuestro propio disfrute -por suerte, podemos hacerlo, pero sabemos que no es la realidad de la mayoría de las personas- eso, a veces nos hace avanzar más lento de lo que hubiéramos esperado, ser menos exitosos en los términos tradicionales, pero es nuestra forma de disfrutarlo, de ser consecuentes con nuestros principios y de dar la batalla frente a la imposición de la productividad exacerbada.