Durante los últimos años nos hemos visto envueltos en una especie de cruzada por revivir palabras y sus significados de nuestros pueblos originarios americanos. Tiendas, objetos, correos electrónicos, empresas, ONG´s, entre otros, han decidido bautizar sus espacios con nombres que hasta hace algunos años era desconocidos, y así, de alguna manera -en el caso de Chile- revivir el idioma kunza o mapudungun. Acción rescatable y admirable, o simplemente una moda sin sentido, eso quedará al criterio propio.
Pero, para aportar a la discusión debo mencionar que hay países latinoamericanos que se han tomado en serio el tema y desde hace mucho tiempo promueven el idioma nativo, como es el caso de Paraguay (guaraní) y Bolivia (quechua – aymara). Por ejemplo, en el caso del primero, las cátedras universitarias son dictadas en guaraní.
Pero ¿por qué todo este preámbulo de palabras originarias de pueblos latinoamericanos? ¿Qué tiene que con el ocio y el derecho que poseemos como seres humanos? Todo se resume a la siguiente expresión: Sumak Kawasay.
¿Qué es el Sumak Kawasay? Para partir, mencionar que es una palabra de origen quechua, que apunta a su cosmovisión y que traducida al español significa Buen vivir. Aunque, personas expertas en el quechua, como el canciller David Choquehuanca o el historiador Fernando Huanacuni mencionan que la traducción más correcta sería “vida en plenitud”.
Dos países latinoamericanos han querido tomar la cosmovisión que rigió al pueblo Inca en periodos precolombinos y aplicarla, de manera efectiva y real, en pleno siglo XXI, tanto así que han incluido los principios del Sumak Kawasay en sus constituciones. Bolivia y Ecuador, pioneros en el tema, han decidido mejorar la calidad de vida de sus habitantes y establecer leyes, obvias en algunos casos, pero que olvidamos muchas veces, por ejemplo que todos venimos de la Madre Tierra o que la vida es colectiva. De acuerdo a la Constitución del Ecuador establecida el año 2008 y la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia en el año 2009, el Sumak Kawasay se establece como un paradigma alternativo al modelo capitalista, estableciendo opciones a este desde los ámbitos cosmológico, holístico y político.
El Sumak Kawasay, desde el punto de vista constitucional, busca: “La satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte digna, el amar y ser amado, el florecimiento saludable de todos y todas, en paz y armonía con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas. El Buen Vivir supone tener tiempo libre para la contemplación y la emancipación, y que las libertades, oportunidades, capacidades y potencialidades reales de los individuos se amplíen y florezcan de modo que permitan lograr simultáneamente aquello que la sociedad, los territorios, las diversas identidades colectivas y cada uno -visto como un ser humano universal y particular a la vez- valora como objetivo de vida deseable (tanto material como subjetivamente y sin producir ningún tipo de dominación a un otro)”. Plan Nacional para el Buen Vivir 2009 – 2013.
A partir de esto, quiero compartir la vivencia y oportunidad que tuve durante este año, donde participé en un encuentro en La Universidad Católica de Ecuador – Santo Domingo, sobre el tema del Sumak Kawasay y la educación bajo el alero de la constitución ecuatoriana. En este sentido, el Sumak Kawasay y la educación interactúan de dos formas: en primer lugar, bajo el Sumak Kawasay la educación es un ente esencial para llevar a cabo el Plan Nacional del Buen Vivir en la comunidad, ya que la educación debe buscar un desarrollo de las potencialidades humanas que garantice la igualdad de oportunidades de las personas. En segundo lugar, el Sumak Kawasay debe ser un eje que garantice, a través de la educación, la preparación de futuros ciudadanos, con valores y conocimientos que fomenten un desarrollo sustentable para el país. En este sentido, las universidades ecuatorianas, los establecimientos educativos, parroquias, juntas de vecinos, entre otros estamentos han debido adaptar sus políticas con el fin de promover un Buen Vivir entre los ciudadanos y el medio ambiente, entendiendo incluso que las plantas y animales tienen derechos al vivir en el mismo ecosistema que los humanos, algo que debería ser básico en cualquier parte del mundo ¿no?
La constitución ecuatoriana establece en el Titulo VI: Régimen de Desarrollo, artículos 275° a 278° de la Constitución (2009-2013) que: “El Buen Vivir requerirá que las personas, comunidades, pueblos y nacionalidades gocen efectivamente de sus derechos, y ejerzan responsabilidades en el marco de la interculturalidad, del respeto a sus diversidades, y de la convivencia armónica con la naturaleza» y para esto se proponen los siguientes elementos claves:
1. la satisfacción de las necesidades.
2. calidad de vida.
3. muerte digna.
4. amar y ser amado.
5. florecimiento saludable de todos en armonía con la naturaleza.
6. prolongación indefinida de las culturas.
7. tiempo libre para la contemplación.
8. la emancipación y ampliación de las libertades, capacidades y potencialidades
Normas éticas que deben regir el actuar humano, eso es el Sumak Kawsay en resumen; la sistematización de normas colectivas que conllevan una calidad de vida superior a los propósitos economicistas que rigen la sociedad actual y denigran la calidad de vida humana hoy por hoy. La satisfacción de la vida humana, no puede ser a cualquier costo, el fin no puede justificar los medios. Que no nos digan, el día de mañana que esto es un nuevo “modelo económico”, que esto se basa nuevamente en modelos económicos preestablecidos por el capitalismo salvaje del siglo XXI.
Centrémonos en la realización del ser humano en consecuencia con su entorno, lo único que hará que llevemos una vida armónica, sustentada en valores éticos mínimos para no acabar sin un lugar en el universo, entendiendo que la naturaleza es el único “Dios” al cual deberíamos venerar.
Para finalizar quería compartir un extracto del texto de Eduardo Galeano llamado “La naturaleza no es muda”:
El mundo pinta naturalezas muertas, sucumben los bosques naturales, se derriten los polos, el aire se hace irrespirable y el agua intomable, se plastifican las flores y la comida, y el cielo y la tierra se vuelven locos de remate.
Y mientras todo esto ocurre, un país latinoamericano, Ecuador, está discutiendo una nueva Constitución. Y en esa Constitución se abre la posibilidad de reconocer, por primera vez en la historia universal, los derechos de la naturaleza.
La naturaleza tiene mucho que decir, y ya va siendo hora de que nosotros, sus hijos, no sigamos haciéndonos los sordos. Y quizás hasta Dios escuche la llamada que suena desde este país andino, y agregue el undécimo mandamiento que se le había olvidado en las instrucciones que nos dio desde el monte Sinaí: “Amarás a la naturaleza, de la que formas parte”.
– Un objeto que quiere ser sujeto
Durante miles de años, casi toda la gente tuvo el derecho de no tener derechos.
En los hechos, no son pocos los que siguen sin derechos, pero al menos se reconoce, ahora, el derecho de tenerlos; y eso es bastante más que un gesto de caridad de los amos del mundo para consuelo de sus siervos.
¿Y la naturaleza? En cierto modo, se podría decir, los derechos humanos abarcan a la naturaleza, porque ella no es una tarjeta postal para ser mirada desde afuera; pero bien sabe la naturaleza que hasta las mejores leyes humanas la tratan como objeto de propiedad, y nunca como sujeto de derecho.
Reducida a mera fuente de recursos naturales y buenos negocios, ella puede ser legalmente malherida, y hasta exterminada, sin que se escuchen sus quejas y sin que las normas jurídicas impidan la impunidad de sus criminales. A lo sumo, en el mejor de los casos, son las víctimas humanas quienes pueden exigir una indemnización más o menos simbólica, y eso siempre después de que el daño se ha hecho, pero las leyes no evitan ni detienen los atentados contra la tierra, el agua o el aire.
Suena raro, ¿no? Esto de que la naturaleza tenga derechos… Una locura. ¡Como si la naturaleza fuera persona! En cambio, suena de lo más normal que las grandes empresas de los Estados Unidos disfruten de derechos humanos. En 1886, la Suprema Corte de los Estados Unidos, modelo de la justicia universal, extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas. La ley les reconoció los mismos derechos que a las personas, derecho a la vida, a la libre expresión, a la privacidad y a todo lo demás, como si las empresas respiraran. Más de ciento veinte años han pasado y así sigue siendo. A nadie le llama la atención.
– Gritos y susurros
Nada tiene de raro, ni de anormal, el proyecto que quiere incorporar los derechos de la naturaleza a la nueva Constitución de Ecuador.Este país ha sufrido numerosas devastaciones a lo largo de su historia. Por citar un solo ejemplo, durante más de un cuarto de siglo, hasta 1992, la empresa petrolera Texaco vomitó impunemente dieciocho mil millones de galones de veneno sobre tierras, ríos y gentes. Una vez cumplida esta obra de beneficencia en la Amazonia ecuatoriana, la empresa nacida en Texas celebró matrimonio con la Standard Oil. Para entonces, la Standard Oil de Rockefeller había pasado a llamarse Chevron y estaba dirigida por Condoleezza Rice. Después un oleoducto trasladó a Condoleezza hasta la Casa Blanca, mientras la familia Chevron-Texaco continuaba contaminando el mundo.
Pero las heridas abiertas en el cuerpo de Ecuador por la Texaco y otras empresas no son la única fuente de inspiración de esta gran novedad jurídica que se intenta llevar adelante. Además, y no es lo de menos, la reivindicación de la naturaleza forma parte de un proceso de recuperación de las más antiguas tradiciones de Ecuador y de América toda. Se propone que el Estado reconozca y garantice el derecho a mantener y regenerar los ciclos vitales naturales, y no es por casualidad que la asamblea constituyente ha empezado por identificar sus objetivos de renacimiento nacional con el ideal de vida del “sumak kausai”. Eso significa, en lengua quichua, vida armoniosa: armonía entre nosotros y armonía con la naturaleza, que nos engendra, nos alimenta y nos abriga y que tiene vida propia, y valores propios, más allá de nosotros.
Esas tradiciones siguen milagrosamente vivas, a pesar de la pesada herencia del racismo que en Ecuador, como en toda América, continúa mutilando la realidad y la memoria. Y no son sólo el patrimonio de su numerosa población indígena, que supo perpetuarlas a lo largo de cinco siglos de prohibición y desprecio. Pertenecen a todo el país, y al mundo entero, estas voces del pasado que ayudan a adivinar otro futuro posible.
Desde que la espada y la cruz desembarcaron en tierras americanas, la conquista europea castigó la adoración de la naturaleza, que era pecado de idolatría, con penas de azote, horca o fuego. La comunión entre la naturaleza y la gente, costumbre pagana, fue abolida en nombre de Dios y después en nombre de la Civilización. En toda América, y en el mundo, seguimos pagando las consecuencias de ese divorcio obligatorio.
Por Sebastián Lepe